El concierto






Quiso despedirse de su público echando toda la carne en el asador: cantando aquella canción que sabía que era la que más les gustaba a sus devotos, lo hizo como le había enseñado su maestro: mirando a cualquier lugar menos a los ojos de su auditorio, no debía violentarlos.  

Concluyó la canción con el mismo éxito que solía acompañarla cada vez que la cantaba y tras recibir el agradecimiento de los asistentes se dispuso, pausadamente, a recoger sus cosas.

El concierto había acabado y él se sentía satisfecho, contento, muy orgulloso de su actuación, había ofrecido a su parroquia lo mejor de él.

Como siempre que cantaba aquella canción alrededor de su foro se veían rostros sonrientes, otros con más prisa ya se habían ido a sus menesteres.

Guardó la guitarra en la funda, lo hizo como siempre con mucho cuidado, se podía decir que con mucho amor, no quería que se estropeara, la guitarra era su más fiel compañera.

Calculaba que la de hoy, había sido una gran audiencia, estaba contento, a la salida pasaría por taquilla, le preguntaría a Paquita cuantos habían sido.

Cuando tuvo todos sus avíos recogidos, echo a andar, con la guitarra al hombro, un cigarrillo en la comisura de sus labios, envainado en su cazadora de cuero y luciendo unas innecesarias gafas de sol.


Se encaminó lentamente hacia la salida, cuando pasó junto a la taquilla, se detuvo ante ella, golpeó con los nudillos el grueso cristal que separaba a Paquita del resto del mundo, ella estaba de espaldas ordenando sus cosas, metiéndolas en la bolsa de la compra; hoy había podido ir al Carrefour antes de entrar a trabajar y ahora se preparaba, para, dentro de media hora, salir disparada en dirección a su casa a lidiar con sus gemelos, que la estarían esperando, como todos los días, para que les preparará la cena y escuchará pacientemente las aventuras que habían vivido en la guardería.

—Buenas noches Paquita.

—Buenas noches David, te veo muy contento. ¿Hay ido bien la actuación?

—Creo que mejor que otras veces. Me ha parecido que había más gente… ¿Ha sido así?

Paquita desde su puesto, más allá del grueso cristal, se inclinó y consultó una pequeña pantalla.

—Hoy hemos superado los treinta y un mil quinientos. No está mal, estarás contento.

—Firmaría porque todos los días fueran como hoy —Al tiempo que lo decía, con su mano libre, sacudía el bolsillo del pantalón donde sonaron algunas monedas.

Su sonrisa se había ampliado durante la conversación con Paquita, que se quedó en su taquilla del metro, mientras él, con la mano en el bolsillo del pantalón, trataba de calcular la cantidad de monedas que habría recogido de la funda de su guitarra, quizás esa noche pudiera cenar un poco mejor.

Mañana volvería tocar en esta estación de metro, la gente de aqui entendía su música.          

Alberto Giménez Prieto “Lumbre”
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Comentarios

  1. Un relato con un tierno final. En ningún momento imaginé que el músico tocaba en el metro. ¡Muy bueno!

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