El tablero de Oui-ja. La sospecha.

 

Marta se ha dado cuenta que el mensaje de la Oui-ja desde sus primeras letras, no es ninguna broma: nadie de los que estaba allí sabía que su madre, cuando quería mostrarse cariñosa con ella la llamaba Natita. Marta no consigue llegar al diván, antes cae desmayada.




El tablero de Oui-ja. La sospecha. Sexta entrega.





— ¡Que no llame…! Por favor dile que no llame… ya les llamaré yo… pero que no les llame… por favor… por favor…
La petición de Marta rallaba en la histeria.



Cuando Marta volvió en sí estaba acostada en una habitación desconocida, a sus pies una mujer con apariencia de centroasiática, algo mayor y desconocida se afanaba en que un espejo con el azogue perdido recuperara el reflejo que escapó con tiempos mejores. Al ver que Marta abría los ojos enarboló una amplia sonrisa, fresca como la brisa, para darle la bienvenida.
— ¿Dónde estoy? ¿Qué me ha pasado?
—No se apure señorita que está en buenas manos, está en manos del doctor Barakat. Voy a avisarle que despertó.
No hizo falta que avisara al médico, la puerta se abrió y entró un hombre de mediana edad de tez morena y ojos algo almendrados. Tras él entraba Elisa mostrando una insegura alegría.
— ¿Cómo se encuentra señorita?
—No sé… amodorrada… como cansada de dormir y con mucha sed.
—Son los efectos del ansiolítico que le administre. Cuando llegué, se encontraba usted en un estado lamentable. Por cierto soy Kader Barakat, el médico de La Encina… y de todo este territorio.
— ¿Dónde estoy?
—En la antigua casa del médico de Ollejos, de cuando aquí también lo había. La conservamos en buen estado para estos casos.
—Elisa. ¿Dónde está Quique?
—Tratando de llamar a tu casa para contarles lo que ha pasado.
— ¡Que no llame…! Por favor dile que no llame… ya les llamaré yo… pero que no les llame… por favor… por favor…
La petición de Marta rallaba en la histeria.
—Tranquilícese señorita, por favor, o tendré que aplicarle otro ansiolítico.




—No, es solo un presentimiento… una intuición.
—¿Qué es lo que intuye?
—Nada en concreto… solo siento malestar cuando pienso en mi casa.



Elisa salió presurosa de la alcoba, mientras el doctor comprobaba el pulso de Marta. Cuando lo hubo hecho miró con gesto seco a la paciente.
—¿Ha tenido usted antes alguna crisis de ansiedad?
Aquel hombre tenía una acento que a ella le resultaba desconocido, al verlo le pareció sudamericano, pero al oírlo hablar supo que no lo era… parecía más bien marroquí… pero tampoco…
—No, no que yo recuerde, pero ahora estoy muy confusa.
—No parecía tan confusa para pedirle a su amiga que no llamasen a su casa. ¿Ocurre algo para que quiera que no llamen?
—No, es solo un presentimiento… una intuición.
—¿Qué es lo que intuye?
—Nada en concreto… solo siento malestar cuando pienso en mi casa.
—¿Le ha ocurrido en otras ocasiones?
— ¿La crisis de ansiedad?
—No, sentirse mal cuando piensa en su casa.
—Sí, pero con la fuerza de esta vez no.
En ese momento entró Quique acompañado de Elisa y tras ellos trataron de colarse todos los demás, pero el medico hizo valer su autoridad y solo franqueó el paso a Quique y Elisa.
—¿Has hablado con mis padres?
—No, no cogen el teléfono, deben haber salido… como es fiesta.
El suspiro se oyó desde fuera dela habitación.
—La fiesta es mañana, hoy es laborable allí…
—No, Marta, no. Hoy es el festivo, a ti se te perdió un día.
La mirada que dirigió al médico era una súplica.
—Sí, ha dormido usted casi veinticuatro horas de un tirón.
—Entonces debemos volver a casa.
—Mañana, si el doctor no dice lo contrario.
—¿Por qué no hoy?
—Entre otras cosas porque es de noche y habrá que cerrar la casa y dejarla en condiciones. Y tú… no sé si estas en condiciones de viajar.
—Si no experimenta ninguna recaída puede volver a casa, cuando llegue allí y compruebe que todo está en orden, se encontrará mejor. Ahora le voy a administrar un ansiolítico oral para que duerma bien esta noche y le daré otro más suave para que lo tome mañana con el desayuno y cuando lleguen a su pueblo le da esto a su médico —y le tendió una cuartilla en la que había escrito un somero e ininteligible informe.




Un malnacido ha matado a su mujer con un cuchillo de cocina mientras ella dormía la siesta. Luego llamó a la policía, les dijo lo que había hecho y se ahorcó.



Volvieron a casa de su abuela, Marta se tomó la pastilla con un vaso de leche caliente y unas magdalenas que le recordaban a las que hacía su abuela. Eran de la taberna.
Para tenerla más controlada Quique le pidió que se acostara en la habitación que había junto al salón. Era en la que su abuela durmió los últimos años de su vida, cuando le costaba subir la escalera. Hasta que vieron que el sueño la vencía estuvo acompañada por alguno de ellos. Después salieron pero dejaron la puerta entornada para oírla si necesitaba algo.
Marta cerró los ojos cuando aún estaba medio dormida, precisaba reconocerse desde dentro. Quique la creyó dormida y apagó la luz. Marta prefirió callar y dejar que la creyera dormida, quería ordenar el vórtice que tenía en la cabeza, pero la estridente risa de Nuria la espabiló a pesar de la pastilla y recordaba, aunque entre sueños, haber escuchado algo que Elena contaba a sus amigos:
—¿Sabéis lo que me dijo la mujer del médico cuando me preguntó de dónde éramos? Dijo algo que cuando salían de La Encina escuchó porque en la radio decían que en nuestro pueblo ha habido un crimen machista. Un malnacido ha matado a su mujer con un cuchillo de cocina mientras ella dormía la siesta. Luego llamó a la policía, les dijo lo que había hecho y se ahorcó. Ya se podía haber ahorcado primero. Se ve que no quería morir porque aunque se ahorcó, dejó la puerta de la casa abierta. Seguramente esperaba que la policía llegara a tiempo de salvarle. No ha sabido decirme en que zona del pueblo había sido porque conforme se acercaban aquí se dejó de oír la emisora.
—Ni en nuestro pueblo se puede estar tranquila… quién lo iba a decir… ¿Os suena quien habrá podido ser?
—Ay, chica, ahora hay tanta gente de fuera que vete a saber…


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