El tablero de Oui-ja. Regreso a casa.

 

Marta se ha enterado que en su pueblo ha habido un crimen machista. Un malnacido ha matado a su mujer con un cuchillo de cocina mientras ella dormía la siesta. Luego llamó a la policía, les dijo lo que había hecho y se ahorcó.

Una vez repuesta de su dolencia se dispone a regresar de vuelta a casa, donde les espera una sorpresa.




El tablero de Oui-ja. Regreso a casa. Séptima y última entrega.



Cuando al día siguiente Marta se despertó, el sol, que se había levantado algo más tarde que sus amigos, ya tomaba alguna altura. La casa y el garaje ya estaban bastante presentables y Quique había dispuesto el equipaje de los dos, dejándole preparada la ropa para el viaje.
Desayunaron en la taberna, nadie se quejó del café con leche aunque aún seguían encontrándole un sabor muy fuerte a la leche. Se lanzaron desbocados sobre la bandeja de magdalenas que el primer día accedieron a comer en ausencia de donuts. Las magdalenas desaparecieron inmediatamente y la mujer del cantinero rebosante de orgullo, las repuso. Cuando iban a partir Rubén le preguntó a Elisa.
—¿Crees que nos venderán magdalenas para llevar?
—La única forma de saberlo es preguntándolo.
Rubén se levantó y fue al encuentro del ventero, había perdido la arrogancia con que llegó y con voz apenas audible le preguntó:
—¿Tendrá magdalenas para vendernos?
—¡Hombre, por supuesto que tengo! ¿De qué marca prefiere? Prefiere Magdalenas Ortiz, o quizás la Bella Easo, o puede que opte las Magdalenas Martínez o Bonne Maman, pero también podría gustar de Tortos Peñaflor o las Santa Cruz o quizá las de Antonio Anaut o se decanta por las de Castillo de Moriles, pero si prefiere La Gloria o Serafina quizá…
—No, yo quería de las que nos ha servido para desayunar —dijo en un hilo de voz.
—Perdone, pero no lo he oído.
—Que quiero de las que nos ha dado para desayunar…
Todos los presentes se quedaron mirando a Rubén, completamente arrebolado, tanto que despertó a la protectora que Nuria llevaba dentro y acudió a su lado para apoyarlo con su presencia.
—Yo también quiero —dijo Alberto.
—¿Cuántos de ustedes quieren magdalenas?
Se arremolinaron alrededor del cantinero reclamando pastas.
Todos quisieron llevarse un kilo, menos Simón y Marta que quisieron dos porque en casa del primero eran muchos y la segunda por lo mucho que le gustaban a su padre.
Les asombró que en una tienda tan pequeña tuvieran tantas magdalenas, cuando vieron a la mujer del tabernero, henchida de satisfacción sacando los dulces.
—Nunca hacemos más de un kilo, pero mi marido me dijo ayer que preparara diez quilos para hoy y a mí se me ocurrió hacer algo más.
Rubén pagó su compra y salió avergonzado de su prepotencia del primer día.




Cuando el coche se aproximó a la casa de la muchacha la escena pareció congelarse, todo el mundo quedó inmóvil menos sus dos coches



El viaje de vuelta lo realizaron con menos tráfico del esperado, no en vano era laborable.
Cuando llegaron al pueblo fueron en primer lugar a casa de Marta, aunque ya se encontraba bien, para ayudarla a entrar las cosas y para que Quique no estuviera solo ante sus futuros suegros, por si había que dar explicaciones, ya que con ellos no hacía muy buenas migas.
En la calle de Marta había un desacostumbrado deambular de peatones, especialmente para la hora que era. Cuando el coche se aproximó a la casa de la muchacha la escena pareció congelarse, todo el mundo quedó inmóvil menos sus dos coches, que atravesaron la calle como si de una foto fija se tratara, solo los ojos de transeúntes de la calle se movían siguiendo su trayectoria hasta que se detuvieron ante una casa entre medianeras en cuya puerta unas cintas adhesivas con membretes de guardia civil y juzgado precintaban las juntas de la puerta y mantenían adherido un folio en la que se informaba que el edificio se encontraba precintado por orden judicial.


“N, A, T, I, T, A Q, U, I, E, R, O Q, U, E, P, E, R, D, O, N, E, S, A, T, U, P… D, R, E, P, O, R, L, O, Q, U, E, H, A, H, E, C, H, O —pensó Natita antes que su visión se fundiera a negro”.


¿Cómo podía perdonarles a ellos que se hubieran marchado sin dejarle tiempo para pedirles perdón por las muchas veces que deseó que esto ocurriera?


—FIN de 'El tablero de Oui-ja'—


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