Autoridad marital

Un día me sorprendió con que quería trabajar, que se aburría en casa. Consentí y todo siguió funcionando, aunque algunos días debía esperar para comer o cenar porque ella llegaba poco antes que yo.

 

Las cosas ya no funcionaban tan bien, era muy pesado que al volver de trabajar me encontrara la casa por recoger y la cena por hacer. ¡Yo mismo tenía que servirme la cerveza si me apetecía!

Nos conocíamos desde que ella llevaba  trenzas, empezamos a salir cuando todavía éramos unos niños, apenas salimos en pandilla. Siempre juntos y siempre solos.

Nos casamos cuando aún éramos muy jóvenes, cuando me dieron el puesto de ayudante de jardinero. Nuestra vida conyugal se desarrolló dentro de los cauces de la normalidad, tratando de imitar a la de mis padres. Yo era el que salía a buscar los recursos que necesitábamos y ella me esperaba en casa.

Un día me sorprendió con que quería trabajar, que se aburría en casa.

Consentí y todo siguió funcionando, aunque algunos días debía esperar para comer o cenar porque ella llegaba poco antes que yo.

Nos acostumbramos a esa forma de vivir hasta que a ella, que no tenía estudios, se le ocurrió que podía estudiar cuando acabara de trabajar. Le costó convencerme porque no me hacía gracia llegar del trabajo, encontrar la casa vacía y tener que esperar a que llegara y me hiciera la cena. Pero me sentí magnánimo y cedí.

Las cosas ya no funcionaban tan bien, era muy pesado que al volver de trabajar me encontrara la casa por recoger y la cena por hacer. ¡Yo mismo tenía que servirme la cerveza si me apetecía! Pero mirando por el cuidado  de nuestro matrimonio callé. No quise hacer uso de mi autoridad marital.

Los estudios la cambiaron completamente, y para mal diría yo, se atrevió a decirme que yo también debería estudiar después de trabajar para consolidar mi cultura. ¡Si a mí con saber leer y las cuatro reglas me bastaba!

Pues, aunque no lo crean, también cedí, aunque solo fuera un poco, mi dignidad de cabeza de familia me impedía hacerlo más, y aprendí algunas palabras raras para comunicarme con ella.

Esa vez no me lo preguntó, solo me lo “comunicó” por lo que negárselo supondría una disputa en la que mi dignidad marital podría no salir incólume (esta palabreja me la enseñó ella)

Un día me vino con que quería asistir a una reunión para la concienciación femenina.

Me imaginé que sería una de esas reuniones que hacen las mujeres en que se venden taperware  o Avon  y consentí. Tampoco tenía muchas otras posibilidades, esa vez no me lo preguntó, solo me lo “comunicó” por lo que negárselo supondría una disputa en la que mi dignidad marital podría no salir incólume (esta palabreja me la enseñó ella).

No sé qué lo que le dijeron ni que le hicieron en esa reunión, pero volvió con unas ideas extravagantes, muy distintas de las adquiridas conmigo.

A partir de entonces las cosas empezaron a torcerse, primero los roces, después las malas caras, luego las contestaciones destempladas, para culminar en enfrentamientos abiertos, que desafiaban mi autoridad marital. Recuerdo que en una ocasión tuve que darle un empujón ante la desfachatez del tono que empleaba para hablarme.

En un primer momento, le consentí algún capricho, siempre que no se opusiera directamente a los fundamentos esenciales que yo había dictado para nuestra relación conyugal (estas palabras también las aprendí con ella).

Entre esas concesiones estaba que acepté pasear, cada tarde al atardecer, por el parque, que hay frente a casa y en el que trabajo de jardinero.

Una tarde, cuando acababa de ponerme el vídeo del clásico del fútbol, que no pude ver tres días antes, y acababa de abrirme una cerveza, se puso delante del televisor,  me señaló el reloj y me dijo que era la hora del paseo.

Le respondí que pasearíamos después del partido.

Se atrevió a discutir mi decisión basándose en que el vídeo podía verlo más tarde y ella no podía aplazar el anochecer. Que si yo no quería salir, se iría sola.

Sentí desafiada descaradamente mi autoridad marital e hice lo que debí haber hecho desde el principio, le lancé un ultimátum: si salía de casa en ese momento, que no volviera más por allí.

Fue mucho más sencillo y drástico de lo que pensaba.

Desde entonces ambos vamos al parque sin problemas.

A veces la veo mientras trabajo.

Y en ocasiones hasta me saluda.

…mi autoridad marital quedó incólume.


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Comprimidos para la memoria o recuerdos comprimidos. 


(La verdad es que no me acuerdo). 


 


Alberto Giménez (Valencia 1952), abogado jubilado que siempre gustó de la literatura, leer o escribir y ahora decide hacer pública la obra que tiene guardada. Con este libro, de sorprendentes relatos e inesperados desenlaces, inicia su camino en la publicación.



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Comentarios

  1. El otro punto de vista a la dignidad de ser mujer. Ejemplo del desafío femenino con gran estilo narrativo.

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  2. Dolors se nos llena la boca con la igualdad de sexos, mentira, la igualdad es de derechos de ambos sexos, si hubiera igualdad de sexos solo haría un sexo. Solo debe haber un derecho, sin matizaciones ni cortapisas para todos los sexos.

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