¿Y ahora qué?

"El rostro de la mujer mostraba ahora colores humanos, quizá demasiado sonrojados por las friegas a que la sometió, mostraba un profundo desconcierto"

Con suma diligencia, desalojó el inmueble de todos aquellos objetos inútiles, mugrientos, pegajosos y malolientes que la ocupante de la chabola almacenó para sentirse propietaria de algo.

Limpió con esmero los cuatro muebles que aún tenían alguna utilidad; fregó a fondo una vieja nevera que, aunque no funcionaba porque allí no llegaba la corriente eléctrica, a la anciana le hacía las funciones de despensa; aseó lo mejor que pudo las dos únicas sillas que conservaban su elemental función; se libró del resto de cachivaches inútiles que nunca tuvieron mayor aplicación.

Con un recio estropajo frotó, rascó y restregó varilla a varilla, el carro de compra metálico robado en un popular supermercado, del que aún conservaba el logotipo y que le servía a la vieja para acarrear todo lo que iba encontrando en el día a día de sus andanzas.

Fregó cuidadosamente el suelo liberándolo de las inmundicias que cubrían parte del decrepito pavimento de la habitación, que ejercía de cocina, comedor, salón, dormitorio, almacén y, a la vista de la proliferación de deyecciones existentes, como retrete.

"Primero hubo de convencerla para que se dejara arrancar los harapos que portaba pegados unos a otros por la mugre acumulada"

Cuando, tras varias horas de titánica dedicación consideró que estaba lo suficientemente limpio, quiso iniciar el aseo personal de la ocupante de la chabola, ese empeño resultó más complejo, primero hubo de convencerla para que se dejara arrancar los harapos que portaba pegados unos a otros por la mugre acumulada. Lo consiguió mostrándole un billete de diez euros y prometiendo su entrega.

La roña se había incrustado en las miles de arrugas que surcaban aquella piel amojamada, tuvo que emplearse a fondo y hubo que restregar la epidermis de la anciana empleándose a fondo, casi célula a célula.

Cuando pensó que asearla más comprometería seriamente la subsistencia de la epidermis de la vieja, la soltó y le pidió que se vistiera con las ropa limpia que le había llevado.

"Cuando tuvo la cama hecha, resplandecía. Se detuvo, contempló su obra y le satisfizo, de aquello no se podía sacar mejor partido"

A continuación procedió a cambiar la ropa de la cama desechando los jirones de mantas y plásticos que la cubrían y que antes se mimetizaban con la bascosidad que la rodeaba, pero ahora desentonaba con la limpieza que la envolvía, los sustituyó por el juego de sábanas usadas, pero limpias que había traído.

Cuando tuvo la cama hecha, resplandecía. Se detuvo, contempló su obra y le satisfizo, de aquello no se podía sacar mejor partido.

El rostro de la mujer mostraba ahora colores humanos, quizá demasiado sonrojados por las friegas a que la sometió, mostraba un profundo desconcierto, le molestaba el olor a limpio que desprendía la habitación y no recordaba haber visto aquel lugar con una imagen tan rara en todos los años que lo habitaba.

Paula dio por concluida su tarea, salió a la calle y de su coche sacó tres bolsas, dos contenían comida y la tercera algunas prendas de vestir, que sustituirían las que ella había arrojado a la pequeña hoguera que encendió a la puerta de la casucha, en la que se había consumido junto a la basura que almacenaba la mujer; después se limpió las manos con unas toallitas húmedas que acostumbraba a llevar en el coche.

"Se quedó mirando la barraca de la anciana, después pensó algo que la inquietó. Y ahora que sabía que dios no existía, quién..."

En el retrovisor se observó a sí misma. Ahora era ella la que precisaba de un buen enjabonado, se prometió una interminable ducha con agua caliente en cuando regresara a su casa.

Otra vez había dedicado su día de fiesta a una buena acción.

Arrancó el coche y desde él se quedó mirando la barraca de la anciana, después pensó algo que la inquietó.

Y ahora que sabía que dios no existía, ¿quién le iba a anotar esa buena acción en su haber?

 


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Comprimidos para la memoria o recuerdos comprimidos. 


(La verdad es que no me acuerdo). 


 


Alberto Giménez (Valencia 1952), abogado jubilado que siempre gustó de la literatura, leer o escribir y ahora decide hacer pública la obra que tiene guardada. Con este libro, de sorprendentes relatos e inesperados desenlaces, inicia su camino en la publicación.



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Comentarios

  1. Quizás no se necesiten hacer las buenas acciones para satisfacer a Dios, pues como bien has relatado si existe, ¿por qué permite tanta miseria humana? Quizás necesitamos calmar nuestra conciencia por permitir tanta injusticia.
    Me ha encantado.

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  2. Efectivamente creo que la caridad no es más que un medio de "asear"nuestras culpas.
    Gracias Dolors.

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