Preparación responsable



Ni los grabados de Mesopotamia, ni Eudemo de Rodas, ni el licencioso Bernard le Bovier de Fontenelle, ni siquiera la ensalzada Encyclopédie Méthodique des Arts et Métiers, ni Ludwig Fleck, ni Thomas S. Kuhn, ni  Michel Foucault harían sombra a su obra, a una obra de la que estaba a punto de escribir las primeras líneas.




Estaba en trance de abordar la culminación de su carrera, el cursor de Word no dejaba de incitarle con su constante guiño. Afloraban los nervios como a niño en noche de reyes, contemplaba timorato la pantalla, como ante una decisión irrevocable. Se sentía retraído,  aún con la amistosa invitación del segmento parpadeante.



La vacilación inmovilizaba lo que tanto maduró, no era por una eventual falta de solvencia intelectual, al contrario, era indecisión por elegir el punto por el que arrancar. 



Respiró profundo, sintió como una gota de sudor frío se deslizaba por su columna vertebral, se estremeció y recapituló sobre el rito tantas veces meditado.



Comenzaría, como debía ser, por el principio, por dar título de su egregia obra, un título que llevaba varias semanas perfilando. Debía resultar concreto y sucinto. Breve sin ser lacónico, definitorio pero sin florituras y sobre todo con “gancho”, como le pedía su editor.



Decidida la denominación definitiva de su obra, abordaría el ensayo, que ya flotaba perfectamente pergeñado por su mente, aun sabiendo que sería cercenado pese a su  convencimiento de la necesaria integridad.



Pero comprendía que lo que flotaba en su intelecto reunía excesivo material, incluso para una obra de cuarenta tomos sobre el tema.



Los editores le dijeron que era excesivo, sobre todo si pretendía llegar a un número significativo de lectores. Él, en su modestia, se contentaba con solo el cinco por cien de la población mundial.



Debería desmochar la obra y dudaba que parte eliminar, todo era importante, crucial para la ciencia y sobre todo para la historia de la ciencia. Temblaba ante la necesidad de compendiar el texto que todavía solo discurría en su mente.



La forma de expresarlo no era problema para él, sabía que cuando se enfrentara al teclado, palabras, frases, capítulos y distintas partes del libro, manarían como de manantial en el deshielo. Contaba además con la mercenaria ayuda de un especialista literario.



Llevaba preparándose los últimos treinta y cinco años. Fue una larga y rigurosa preparación, en algunos momentos llegó a ser inhumana, pero su obra, la que iniciaba en ese momento lo merecía, era la obra que lo encumbraría en la historia científica.



Sería la más importante de la historia de la ciencia. Ni los grabados de Mesopotamia, ni Eudemo de Rodas, ni el licencioso Bernard le Bovier de Fontenelle, ni siquiera la ensalzada Encyclopédie Méthodique des Arts et Métiers, ni Ludwig Fleck, ni Thomas S. Kuhn, ni  Michel Foucault harían sombra a su obra, a una obra de la que estaba a punto de escribir las primeras líneas.



Sin más reflexiones se lanzó a teclear el título que tanto meditó durante los últimos treinta y tantos años.



Decidió ser historiador recién cumplido su primer decenio y poco tiempo después aseguraba que su obra sería orgullo de sus admiradores y envidia de sus enemigos, aunque no sabía si un excelso historiador, como él, podía tener enemigos.



Tras madurarlo detenidamente consideró que no solo los podía tenerlos, sino que se sobrentendían en su condición de eximio historiador por los indudables antagonismos que suscitaría su obra entre los demás historiadores. No por dudar de sus teorías, eso era imposible, sino por los celos y las envidias que despertaría. Sus colegas se abonarían a cualquier teoría contraria para encontrar sustento a su antagonismo.



En aquella tierna edad inició la preparación que había de conducirlo al disparadero en que se hallaba. En el bachiller ya mostró especial predilección por la historia.



Acaparaba, para él solo, el poco tiempo de que disponía el profesor para despachar las dudas de todos los alumnos, lo que le granjeó la enemistad de sus condiscípulos. Pronto lo tacharon de empollón y lisonjero.




Abstraído por su amor al estudio, especialmente a la historia, desconoció las actividades propias de los recreos. Tampoco tastó las de los recreativos. Nunca hizo novillos, no supo de excursiones, jamás se le vio detrás de alguna chica, tampoco de ningún chico. ¡No vayan a creer!




En la facultad variaron los apodos por petulante, pretencioso, fatuo y cargante y subsistió el de empollón. Hizo oídos sordos, algo que le resultaba sencillo. Se movía entre sus compañeros como si no existieran, de hecho, ni los veía.



No tuvo amigos en esa época… en realidad no los tuvo nunca. La primera vez que menciono la palabra amigo fue al traducir el título de una serie humorística americana que no tuvo tiempo de visionar.



Abstraído por su amor al estudio, especialmente a la historia, desconoció las actividades propias de los recreos. Tampoco tastó las de los recreativos. Nunca hizo novillos, no supo de excursiones, jamás se le vio detrás de alguna chica, tampoco de ningún chico. ¡No vayan a creer!



Solo tuvo ojos para una mujer, la asistenta de casa de sus padres, a quien no perdía de vista cuando aseaba su habitación para que no revolviera sus papeles.



Tan pendiente estaba de sus preciados documentos, que no supo que la muchacha no utilizaba ropa interior, evento que a su padre no le pasó desapercibido y observaba siempre que su maltrecha salud se lo permitía.




Jamás experimentó la sacudida hormonal que acompañaba el torpe reptar de los dedos entre el pecho y el sujetador de una muchacha, ni la conmoción que se sentía al tropezar con la arrogancia del pezón erecto y cálido. Sus piernas no temblaron al comprobar que la chica, con la que nunca bailó, no evitaba su enhiesto pene.




Nunca supo de guateques, aquellas reuniones en que perdían el tiempo sus compañeros, a pesar de que en una ocasión lo invitaron.



No conoció de la agitación que recorría el cuerpo de alguien de su edad al robar un beso. Jamás experimentó la sacudida hormonal que acompañaba el torpe reptar de los dedos entre el pecho y el sujetador de una muchacha, ni la conmoción que se sentía al tropezar con la arrogancia del pezón erecto y cálido. Sus piernas no temblaron al comprobar que la chica, con la que nunca bailó, no evitaba su enhiesto pene. Por supuesto jamás supo del estremecimiento de la muchacha cuando acariciando cualquiera de sus muslos llegaba a la confluencia… de esa sensación cálida, húmeda, palpitante…



Las pocas y espontáneas eyaculaciones que experimentó, siempre nocturnas, y cuando ya no era tan joven, le dejaron estupefacto por creerlo un fenómeno anómalo, completamente desconocido, teórica y empíricamente. No conocía la masturbación, y aquel incontrolado fenómeno le hizo acudir al médico, no disponía de amigos con quien comentarlo y sus padres no quisieron o no supieron explicárselo. El médico adscrito a la facultad, al observar la edad del paciente, desconfió, creyó ser víctima de una velada broma de estudiantes, por lo que lo despachó con cajas destempladas y él se quedó hasta avanzada su vida pensando que no eran más que un sistema biológico para la eliminación de los residuos. Tampoco disponía de tiempo para consultarlo en algún libro. La historia de la mecánica ocupaba todo su tiempo. 




Era hijo único y esa soledad hogareña le acompañaba también en el ámbito de los estudios, donde nadie quería compartir los trabajos colectivos con él, a pesar que pudiera  suponer una nota alta casi sin esfuerzo, al menos en historia. 




Los pocos compañeros que osaron acercársele en alguna ocasión, no tardaban en desertar de su entorno, ante lo tedioso de su compañía. Tan solo sus parientes lo aguantaban. Esta categoría tan solo incluía a sus padres y su abuela materna.



Era hijo único y esa soledad hogareña le acompañaba también en el ámbito de los estudios, donde nadie quería compartir los trabajos colectivos con él, a pesar que pudiera  suponer una nota alta casi sin esfuerzo, al menos en historia. 



Cuando los compañeros salían en desbandada del aula, con destino al recreo o más tarde a la cafetería de la facultad, lugar que nunca frecuentó, él se quedaba consultando a los profesores alguna cosa, por lo que también era temido por estos, que veían como el breve espacio temporal de que disponían entre una y otra clase lo perdían escuchando las dudas de un chaval interesado por detalles banales y accesorios en los que ellos ni repararon, ni los consideraban con suficiente entidad  para hacerles perder el escaso tiempo de que disponían.



Al terminar la carrera, estos profesores se congratularon al pensar que se librarían definitivamente de él. Aun no sabían lo que les esperaba. Aprovechó el fin de curso para anunciar que iniciaba estudios de posgrado.      



Durante diez años cursó el doctorado y distintos máster. Desgraciadamente para sus profesores no eligió ninguna de las prestigiosas y lejanas universidades que le recomendaron. Perseveró en la misma ciudad, en la misma facultad donde estudió la carrera.



Con los cuarenta y cinco años cumplidos decidió que había concluido su preparación. Se dispuso a desarrollar la actividad para la que tan intensamente se preparó en la universidad. No accedió a opositar para conseguir una plaza de profesor, cosa que hubiera tenido fácil, dados sus excelsos conocimientos. Tenía una tarea asignada desde la niñez y era el momento de plasmarla.



Dedicaría todo su tiempo únicamente a escribir su obra. No solo era su gran obra, era la obra de historia que abriría una nueva etapa para la humanidad.



Hablaba de ella siempre en singular, solo pensaba escribir una, pero que sería una obra de tal categoría y envergadura, que literatura e historia se verían forzadas a crear una nueva categoría, para que tuviera encuadre su obra, que siempre se consideraría referencia universal.



La desahogada situación económica que heredó, su abuela y su padre habían fallecido antes de ver culminar los estudios a su vástago, le permitía esa dedicación, a lo que él denominó investigación histórico-científica, al igual que le había permitido el dilatado periodo de estudios preparatorios.



Durante tres años anduvo recopilando documentación y cuando tuvo la que considero necesaria, incoó un curso sobre técnicas literarias, en especial el de narración histórica y crónica divulgativa.



Contrató al quien en otros tiempos fue un reconocido literato y que ahora en horas bajas, gracias a su contrato, pudo soslayar el zarpazo que la crisis económica dio entre sus lectores.



El bardo se sorprendió cuando supo que su tarea no consistiría en escribir, sino solo en leer, comentar y, en su caso, asesorar y corregir el estilo de su contratante. Ante la seguridad económica que se le ofrecía y el tiempo de que dispondría para su propia obra el poeta aceptó el encargo y rezó porque durara, al menos, lo que la crisis.



El preparadísimo historiador científico pulsó imprimir, leyó lo escrito en aquel folio y se lo  pasó al literato para que lo leyera y dictaminara en consecuencia. Se trataba del tan estudiado, concreto y sucinto título de su gran obra y que decía tal que así:                   



“Historia de la transcendental importancia de los catadióptricos que no llegaron a instalarse, de serie, en los pilotos traseros del Seat 600-D y sus repercusiones sociales y económicas a lo largo de los años sesenta, con un pormenorizado estudio de los intereses económicos, políticos y sociales que impidieron su instalación, y con una breve referencia a la historia de los intermitentes implantados en la parte superior de las aletas delanteras de los Seat 600-E y su influencia en el precio final del vehículo, con la consiguiente restricción de acceso por algún grupo social a dicho automóvil en concreto por las clases menos favorecidas económicamente, así como la imposible conjunción estética con determinados colores del vehículo”           



 

16 relatos que te sorprenderán...




Comprimidos para la memoria o recuerdos comprimidos. 


(La verdad es que no me acuerdo). 


 


Alberto Giménez (Valencia 1952), abogado jubilado que siempre gustó de la literatura, leer o escribir y ahora decide hacer pública la obra que tiene guardada. Con este libro, de sorprendentes relatos e inesperados desenlaces, inicia su camino en la publicación.



Consígue el ebook o el papel en tapa blanda⇒



Libro en papel


Libro en digital

Comentarios

Entradas populares de este blog

El concierto

El abrazo

Un agradable recuerdo