Un duro vuelo
«Es en los aterrizajes fáciles en los que te estrellas
—solía decir—, este trabajo no se puede convertir en rutina».
¡Por fin!
Destino a la vista.
Miro atentamente por si hay algún otro que vuele por las
inmediaciones.
Fue un vuelo duro y agotador, a pesar de que ese
trayecto: Damasco a Bagdad, era bastante frecuente.
En esta ocasión tuvo que esquivar un simún, lo que
le costó mucho tiempo y esfuerzo. Afortunadamente pudo ver a tiempo el inmenso
frente de nubes anaranjadas que se le aproximaba y voló esquivándolos, lo
que significó triplicar el tiempo del viaje.
Observó la senda de aproximación, la conocía como la
palma de su mano, pero no podía confiarse.
«Es en los aterrizajes fáciles en los que te estrellas
—solía decir—, este trabajo no se puede convertir en rutina».
La trayectoria de aproximación, tras unas leves
correcciones, era buena. La realizó como le habían enseñado hacía muchos años,
con unas tasas de giro y descenso muy leves y con suma delicadeza se posó en
tierra, justo en el lugar indicado. Cuando comprobó que a bordo todo estaba en orden
se desperezó, hacía rato que deseaba hacerlo, pero para pilotar aquello había
que hacerlo con todos los sentidos.
Como le ocurría siempre tras un vuelo tan agotador creyó
sentir que la tierra se movía bajo sus pies. Desde el suelo contemplo el
ingenio que lo había transportado hasta allí, estaba orgulloso de él, tras un
vuelo tan penoso, allí estaba, nuevo, como recién fabricado, como si
fuera su primer vuelo
Se restregó los ojos con fruición… y ya sin prisa hizo
todo aquello que el pilotaje le impidió hacer durante el vuelo, se alisó
concienzudamente la vestimenta, liberándola de unas imaginarias motas de polvo,
se ajustó el cinturón que había relajado durante el vuelo, se observó
concienzudamente y cuando estuvo seguro de ofrecer una apariencia perfecta echó
pie a tierra. Era tan presumido como cualquier otro piloto.
Como le ocurría siempre tras un vuelo tan agotador creyó
sentir que la tierra se movía bajo sus pies. Desde el suelo contemplo el
ingenio que lo había transportado hasta allí, estaba orgulloso de él, tras un
vuelo tan penoso, allí estaba, nuevo, como recién fabricado, como si
fuera su primer vuelo, sin haber perdido ni una sola fibra a pesar de los
alabeos tan pronunciados a los que le sometía cuando quería divertirse un poco,
los bruscos cabeceos a los que le forzaba o las guiñadas repentinas. Y hoy tuvo
que requerirle repentinamente toda la potencia para esquivar la tormenta de arena
que se les venía encima.
Profundamente agradecido, empezó a enrollar con
mimo su alfombra voladora.
¿De qué va?
Un abogado valenciano, sin saberlo él mismo y a través de un divorcio que le encargan, nos irá descubriendo la callada actividad de las mafias que trafican con personas. Y más concretamente, las que se dedican a transportar la mano de obra subsahariana o el tráfico de mujeres procedentes del este de Europa, a través de intricados procedimientos. Dos muchachas, voluntarias de una ONG, tratarán de desenmascararlas, sin importarles el riego que corren. En esta novela se cruzan la corrupción, la violencia de género y sobre todo la sorpresa.
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