Magia
Magia
Cuando
aquellas dos muchachas, con aspecto de desamparadas, irrumpieron en el pub El volander,
los presentes acogieron su entrada con una displicente sonrisa de extrañeza.
Los peculiares parroquianos del local, a la sazón una peña de
literatos, lo habían cerrado para regodearse, en privado, de sus artes y
extrañados de la inesperada presencia se miraron entre si y, al fin, dirigieron
su mirada a la responsable del local, que se dirigió resuelta a interceptarlas.
Las muchachas trocaron sus expresiones de curiosidad por la de súplica, aun
antes de haber pedido nada, lo que hizo que el ímpetu justiciero de la hostelera
mermara.
—Somos magas y, como hemos visto que aquí se reunía gente muy
lista, queríamos regalarles un poco de nuestro espectáculo… para que si les
mola lo pasen a sus colegas… y si le interesa a usted, podemos venir algún día
a actuar de gratis… solo serán diez
minutos… por favor… por favor.
La comerciante se reafirmó en su intención de expulsarlas de
su negocio que, según les dijo, estaba cerrado al público. Pero reparó en que en
las miradas de sus clientes había una mezcla de curiosidad y caridad. Y preguntó:
—¿Quieren que las dejemos actuar?
Las organizadoras del acto, Marielo y Ato, sabiendo que existían
huecos en la programación sin posibilidad de ser rellenados por los asistentes,
pensaron que ese espectáculo solucionaba las lagunas de programación y Marielo dirigiéndose
a las prestidigitadoras les dijo:
—Os permitimos actuar pero con la condición de que no os
alarguéis más de un cuarto de hora…
—No se preocupe señora que nos iremos antes de lo que piensan
y mucho antes de lo que desearían… Será una exhibición que tardaran mucho
tiempo en olvidar
—¿Tan buenas sois?
—Tanto que esta noche les costara dormir recordándonos. Pero
como queremos darnos a conocer no cobramos y es, en estos sitios, donde mejor
nos desenvolvemos… en las distancias cortas.
—Haremos un pequeño intermedio que nos lo rellenaran estas audaces
jóvenes con sus números de magia —anunció la organizadora dirigiéndose a los
congregados.
Las muchachas, cada una provista de su respectiva baraja, se
mezclaron con los asistentes y empezaron a practicar manidos trucos de naipes
que, en alguna ocasión, acertaron a desarrollar.
Era la torpeza con la que se desenvolvían lo que más atraía a
la concurrencia, y acervaba la compasión que inspiraban. Las aprendizas de maga
exhibieron ante la concurrencia los escasos trucos que conocían, moviéndose a gran
velocidad entre los asistentes y, cuando consideraron dieron por concluido el
espectáculo, se quedaron quietas con las manos en los bolsillos de sus enormes
túnicas a la espera del aplauso reparador.
Los asistentes, conocedores como pocos del valor terapéutico de
tal recompensa, rompieron en una ovación, más movida por la empatía que por la
admiración, mientras las muchachas partían, al parecer, avergonzadas por sus
errores.
Cuando se hubieron ido, llegaron los jocosos comentarios
sobre sus torpezas e impericias que arrancaron tantas carcajadas que alguien
comentó:
—De dedicarse a payasos serían todo un éxito.
Volvió la reunión a su monótona normalidad hasta que concluyó
y, entonces, los asistentes fueron a pagar sus consumiciones y empezó la
segunda parte de aquel mágico espectáculo: echaron en falta billeteras,
monederos, relojes y teléfonos móviles. Verdaderamente sería un espectáculo que
tardarían mucho en olvidar.
©Alberto Giménez Prieto
Dedicado, con todo mi
afecto, a Marielo Bonet y Ato Togo, por la magnífica tarde que nos brindaron.
Muchas gracias Alberto. Me gustó cuando lo leíste y me siento muy agradecida de que lo hayas publicado. eres un gran escritor de relatos, tienes el punto justo ese que yo no termino de encontrar jajaja Un abrazo
ResponderEliminarAl juzgarte a ti misma te ciega la HUMILDAD, agradezco tu elogio pero por encima de la AMISTAD, está la SINCERIDAD. ¿o no? Un gran abrazo Ato.
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