Este
microrrelato ha sido galardonado como ganador en el Concurso «Palabras para el
Mar Menor» 2020, organizado por la Ecocultural del Ayuntamiento de Los Alcázares
y la Asociación de Creadores y Artistas PALIN
El butano
Con cuatrocientos cincuenta kilómetros
en las costillas había llegado a la costa antes de que los demás españoles
supieran lo del estado de alarma. Habían dejado atrás la capital y lo que
pasaba allí.
Recién sentado
en el sillón:
—No tenemos
butano —ella.
—Mañana iré a
buscarlo.
—Si ya está todo
cerrado, mañana con el estado de alarma ni te digo. ¿Cómo nos duchamos? ¿Cómo
hago la cena?
Se asomó al
mirador, la tienda donde les vendían el gas estaba cerrada.
—¿Dónde puñetas
lo encuentro?
Bajó la bombona y la metió en el coche para buscar
una gasolinera.
Mala suerte: era
de Cepsa y su botella de Repsol. El empleado, amable, se ofreció a cambiársela
pero después de hacer un contrato. Pero no llevaba la documentación necesaria.
Le indicó donde encontrar un surtidor de Repsol.
Peor suerte: se
les habían acabado todas; ese día había llegado mucho forastero y tardarían
varios días en reponerle.
Arrastró su
desanimo al coche, arrancó sin saber a dónde dirigirse, esto en la capital no
le hubiera sucedido, pero su mujer se había empeñado en que, si había epidemia,
quería pasarla junto al mar, que para eso compraron el apartamento.
¿Cómo
justificaría volver sin la bombona?
Vio que en un
bar, al que solían acudir, su propietario descargaba botellas de butano. Paró,
entró, saludó a algunos conocidos y, con una cerveza en la mano, trató de
convencer al mesonero para que le vendiera una.
—Es propano y no
le sirve para sus aparatos.
Deprimido y con
unas décimas de fiebre, alguna más que esa mañana, regresó a su apartamento, su
mujer lo recibió enfadada, aún no sabía que era uno de los contagiados por el
coronavirus, ni el reguero de muerte que había dejado en aquel pueblo del Mar
Menor.
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